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PRONTUARIO DE
EE.UU. EN AMÉRICA LATINA
Dos siglos de
agresión imperialista y resistencia en América Latina
Por Ricardo
Jimenez Ayala
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“El estado de América no es el de la independencia,
sino el de una suspensión de armas”
Simón
Rodríguez, 1828
Los pueblos
latinoamericanos entramos al siglo XXI con grandes posibilidades de liberación
y colosales retos que nos presentan los poderes fácticos imperialistas del
norte y su plan de dominio y saqueo, agotado y en crisis, pero no por eso menos
virulento, contumaz y desesperado. Urge entonces el conocimiento sistemático y
útil de nuestra historia de permanente, ininterrumpida, resistencia a las
persistentes agresiones. Urge desenterrar espadas de los escombros para
empuñarlas y romper el eslabón más fuerte de la cadena de dominación imperial,
el mental y cultural, que pretende convencernos de nuestra supuesta
inferioridad cultural e histórica como pueblos. Como muestra nuestra historia
indómita de resistencia libertaria, rota esa dominación profunda y sutil, cuyo
campo de batalla está dentro nuestro, todas las demás: políticas, económicas y
militares, están condenadas a la derrota.
El origen del mal
Los primeros
colonos ingleses llegados a Norteamérica eran “puritanos”, es decir, religiosos
protestantes, convencidos que los nuevos territorios que invadían eran una
“tierra prometida”, y que conquistarla era una “misión divina”. En 1630, uno de
ellos, el ministro Juan Cotton, escribió: "Ninguna nación tiene el
derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del Cielo como el
que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con
ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos
así como a someterlos". Los nacientes Estados Unidos, incubaban desde
la gestación el virus expansionista. Surgieron y se desarrollaron sobre el
absoluto genocidio de los pueblos originarios. Primero exterminarían a los
pueblos Delaware, Iroquois, Seneca, Cayuga, Mohawk, Algonquin, Cherokees,
Miccussukis, Powhatans. En su expansión hacia el oeste completarían la
“limpieza étnica” con los Pawnee, Cheyenne, Sioux, Black Foot, Arapaho, Navajo,
Kiowa, Apache, Comanche, Crow, Flat Nead, Nez Perce, ShoShone, Mojave, Miwok,
Modoc. En los territorios de Florida y los mexicanos anexionados, a los
Seminolas, Paiutes y Cahuillas. De un estimado de veinte millones de indígenas
norteamericanos a la llegada de los colonos europeos, sólo quedan -y eso
después de una lenta recuperación a partir de la década de 1970- dos millones
en la actualidad.
Al exterminio de
los pueblos originarios del norte, seguiría la dominación de los ubicados en
los territorios del sur. Apenas reconocida la independencia de los nuevos
Estados Unidos, por el tratado de París de 1783, Tomás Jefferson, uno de sus
“padres fundadores” y su principal ideólogo, definió su política hacia los
territorios del sur: “…Por el momento
aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas
resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población
haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo”. Y el
mismo Jefferson, ya presidente del país, declaró: “Aunque nuestros actuales intereses nos restrinjan dentro de nuestros
límites, es imposible dejar de prever lo que vendrá cuando nuestra rápida
multiplicación se extienda más allá de dichos límites, hasta cubrir por entero
el Continente del Norte, si no es que también el del Sur, con gente hablando el
mismo idioma, gobernada en forma similar y con leyes similares...” (1801).
Frente al estallido de la revolución anti
colonial en toda América, especialmente, en Haití, peligroso y demasiado
cercano foco de contagio anti esclavista, la democracia esclavista
norteamericana mantuvo una neutralidad interesada. Primero, en socavar el
dominio de los viejos imperios europeos en la zona. Segundo, en combatir
también cualquier intento auténticamente independiente por parte de los
revolucionarios suramericanos y más tarde de las nacientes repúblicas. Ya en
1811, el congreso norteamericano, aprovechando la debilidad de España sobre su
colonia en La Florida,
y su ocupación de hecho por tropas norteamericanas, dictaminó la “Resolución de no transferencia”, según
la cual, no permitirían que la
Florida pasara a otras manos europeas distintas a las de
España. Una expedición bolivariana, donde se encontraban los venezolanos Pedro
Gual y Germán Roscio, agita la insurrección independentista de España,
declarando la independencia de La
Florida y dándose una constitución republicana, en junio de
1817. Dos meses después, fuerzas conjuntas de Estados Unidos y España expulsan
la expedición y anulan la independencia. Poco después, un pago en dinero
efectivo formaliza el “traspaso” de la Florida de manos españolas a manos
norteamericanas.
En 1823, esa política se extendió formalmente a
toda América y el Caribe, a través de lo que se conoció como “Doctrina Monroe”, cuyo lema fue: “América para los americanos”, declarada
expresamente en un discurso pronunciado aquel año por el presidente Jaime
Monroe. En lo fundamental, establecía que los Estados Unidos, a partir de la
fecha no reconocían ni tolerarían injerencia ninguna de otros poderes europeos
en toda la región americana. Aunque discursivamente presentada como favorable a
la no intervención, fue, de hecho, instrumento del expansionismo
estadounidense. Respecto de las colonias europeas ya existentes, y ante las
luchas de independencia contra ellas, se declaraban oficialmente “neutrales”.
Sin embargo, esa neutralidad consistió, de hecho, en apoyar el dominio de los
poderes coloniales en todos aquellos territorios que no tuvieran fuerza para
anexarse inmediatamente o someter a su influencia. Si ese era el caso, agitaban
y manipulaban la revolución anticolonial para sus propios fines.
Sobre las tesis de
la “Doctrina Monroe”, un afamado publicista de la época, Juan O’Sullivan, agitó
una virulenta campaña mediática para apurar la anexión de los territorios
mexicanos. Para ello, retomó la vieja tradición ideológica puritana de la
misión divina. En un artículo que publicó en Nueva York en 1845, titulado “Anexión”, escribió: "el
cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo
del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que
tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo
pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino". En
un segundo articulo del mismo año, añadió: "Y esta demanda esta basada
en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos
ha dado la providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad, y
autogobierno". Desde entonces, se conoce su tesis como el “Destino Manifiesto”, complemento
filosófico religioso de la política contenida en la “Doctrina Monroe”. La cual
daría paso a nuevos desarrollos de ella misma, conocidos como “Corolarios”, los cuales se agregarían
para adaptar a las nuevas circunstancias este ideario de la infamia en las
décadas futuras.
Antimperialismo propio
Simón Bolívar,
tempranamente, había identificado esa política. En plena lucha por la
independencia, se refiere a las medidas legales en Estados Unidos hacia el
conflicto, comentando la “…conducta de
los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de
las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de
auxilios que pudiéramos procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes
americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil
pesos de multa, que equivale a la de muerte, contra los virtuosos ciudadanos
que quisieron proteger nuestra causa, la causa de la justicia, y de la
libertad, la causa de América… Mr. Corbett ha demostrado plenamente en su
semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en la contienda”
(20 de agosto. 1818). “Jamás conducta ha
sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros, ya ven decidida la
suerte de las cosas, y con protestas y ofertas, quién sabe si falsas, nos
quieren lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus
intereses” (25 de mayo. 1820).
Una vez lograda la independencia del continente,
intenta esforzadamente crear la “Confederación Sudaméricana”, llamando al
Congreso Unitario de Panamá. Expresamente, aunque había aceptado como una
necesidad de la situación la posibilidad de ofrecer el ingreso a Inglaterra
para frenar las pretensiones de reconquista de España, excluye de la convocatoria
a los Estados Unidos, cuyo expansionismo era el mayor peligro inmediato
evidente. Francisco de Paula Santander, quien desde su cargo de presidente de
Colombia ya se muestra traidor del proyecto antimperialista de Bolívar y
estrecho conspirador pronorteamericano, contrariando sus indicaciones, los
incluirá en la
Convocatoria. Bolívar le escribe, refiriéndose a los
norteamericanos como “regatones”, comerciantes regateadores de precios: “Nunca me he atrevido a decir a usted lo que
pensaba de sus mensajes, que yo conozco muy bien que son perfectos, pero que no
me gustan, porque se parecen a los del Presidente de los regatones americanos.
Aborrezco a ese canalla, de tal modo, que no quisiera que se dijera que un
colombiano hacía nada como ellos” (21 de octubre. 1825). “Y así, yo recomiendo a usted que haga
tener la mayor vigilancia sobre estos americanos que frecuentan las costas: son
capaces de vender a Colombia por un real si la tuvieran” (13 de Junio. 1826).
Santander, en acuerdo con sus aliados
norteamericanos, no sólo los invitó a ellos, sino que extendió la invitación a
Brasil como miembro y Holanda, como observador. Ello debilitaba la iniciativa,
pues Brasil, que era imperio esclavista portugués, estaba en pugnas fronterizas
con Argentina y Bolivia. Asimismo, intentaba alarmar a Bolívar con las
aprehensiones de los poderes fácticos europeos respecto de su ideario
antimperialista y popular, considerado extremo en la época: "En Europa ha comenzado a alarmar la Confederación Americana;
el ministro Canning llamó a Hurtado parta preguntarle ‘cual sería el verdadero
objeto de ella’ pues se decía que se iba a hacer una liga contra Europa, y que
se trataba de desquiciar al Imperio de Brasil para convertir a toda América en
estados populares" (Carta de
Santander a Bolívar. 1826). Finalmente, la mayoría de los convocados no
asistió y la organización y acuerdos fueron un desastre. Particularmente, las
potencias coloniales europeas y norteamericanas sabotearon la iniciativa, no
sólo por el potencial obstáculo que una futura federación fuerte habría
representado a sus voraces apetitos de dominación comercial, sino porque en el
Plan de la Confederación
de Bolívar estaban expresas e inmediatas, dos medidas que afectaban gravemente
sus intereses: la abolición de la esclavitud, y la independencia de Cuba y
Puerto Rico.
Y Bolívar tenía
razón. Aunque caía traicionado y derrotado por las intrigas de los poderes
fácticos extranjeros y sus serviles elites criollas. “En Filadelfia se está
imprimiendo una obra contra la
Constitución boliviana", celebraba, lleno de alegría, el peor de todos los traidores,
Francisco de Paula Santander, en 1827. Vencido el proyecto propio, se
impuso, otra vez, el orden foráneo, el andamiaje, actualizado y más sutil, del
saqueo y la subordinación, la matriz ajena y perjudicial, presentada como
“Acuerdo” de las partes. Cuya permanencia y actualización denunció con lucidez
el Presidente de Ecuador Rafael Correa: “La política económica seguida por Ecuador
desde finales de los ochenta se enmarcó fielmente en el paradigma de desarrollo
dominante en América Latina, llamado ‘neoliberalismo’, con las inconsistencias
propias de la corrupción, necesidad de mantener la subordinación económica y
exigencia de servir la deuda externa. Todo este recetario de políticas obedeció
al llamado ‘Consenso de Washington’, supuesto consenso en el que, para
vergüenza de América Latina, ni siquiera participamos los latinoamericanos. Sin
embargo, dichas “políticas” no fueron solo impuestas, sino también agenciosamente
aplaudidas, sin reflexión alguna, por nuestras élites y tecnocracias” (Discurso
de asunción. Quito, Ecuador. 15 de enero. 2007).
Desaparecido Bolívar, sus compañeros y el
peligroso incendio de su proyecto antimperialista, aquella sociedad
norteamericana que había sido vista como ejemplo revolucionario por los
precursores de la independencia, e invocada como modelo “democrático” por los
enemigos de Bolívar para combatir su genio libertario y autónomo, acusándolo de
“autoritario”, clavaría sus ávidas fauces en el territorio y la identidad de
Latinoamérica. Lo haría, sin embargo, enfrentando permanente y feroz
resistencia. Innumerables hijos de Bolívar, alimentados de su precursor
pensamiento antimperialista, mantendrían vivo su proyecto y su esperanza.
Cimentando, a lo largo de dos siglos, una tradición de acción y reflexión que,
aunque enriquecida con aportes universales como los del marxismo, es
auténticamente propia y original, y, justamente por serlo, resurgió con fuerza
a pesar del fracaso del movimiento comunista internacional de base europea,
mostrándose, por el contrario, fortalecida a inicios del siglo XXI.
Siglo XIX
La pujanza comercial y la agresiva política
geoestratégica de los nacientes Estados Unidos se convertirían en un verdadero
“virus”, cuya insaciable expansión sería la plaga de los siguientes dos siglos
y la mayor amenaza para los pueblos al sur de sus incontinentes fronteras. Una
plaga que combinará eficientemente las agresiones e invasiones militares, la
formación de ejércitos subordinados, las conspiraciones, la compra de elites
antipatriotas, los tratados ventajosos, los chantajes comerciales, las
leguleyadas internacionales, las falsificaciones históricas y las maquinarias
mediáticas e ideológicas. Al mismo tiempo, sobre todo inicialmente, pero
extendiéndose incluso hasta en la guerra de Malvinas que Inglaterra libró
contra Argentina en 1982, los Estados Unidos combinarán una política de
choques, enfrentamientos, alianzas, negociaciones y complicidades, según sea el
caso, con otros imperios y poderes expansionistas en la región, especialmente,
Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal.
Geométricamente,
cada dos décadas, a partir de su independencia, los Estados Unidos fueron
duplicando su anterior territorio. En 1783, por el Tratado de París, que
reconoció su independencia, adquirió la margen oriental del Río Missisipi,
elevando al doble la superficie de sus 13 colonias originales. En 1803, compra
los territorios de Louisiana, doblando la superficie anterior. Para 1848, al
finalizar la guerra a México, y sumando los territorios ya obtenidos en la
cesión de la Florida
por parte de España (1821), la anexión de Texas y el Tratado de Oregón con
Inglaterra (1846), una vez más, vuelve a duplicar su territorio anterior. En ese
camino, los territorios ubicados al sur, México, Centroamérica, el Caribe, y
Sudamérica, fueron, muy tempranamente, objeto de sus intervenciones y
latrocinios. Ya sea por razones de avidez comercial, disputas o complicidades
geoestratégicas con otros poderes europeos, conjuras contra el peligro de
proyectos antimperialistas, o simplemente para aprovechar las “oportunidades” brindadas por los desordenes
políticos internos de las inestables repúblicas oligárquicas sureñas.
En sus primeros años de expansionismo hacia la
región, Estados Unidos ensaya todavía viejas tácticas de piratería, al estilo
del afamado Sir Francis Drake, mercenario de la reina Isabel de Inglaterra,
quien lo usó para sabotear, “no oficialmente”, el dominio marítimo de imperios
coloniales rivales. Modernos corsarios norteamericanos realizaron tentativas
anti españolas similares en Centroamérica en los primeros años del siglo XIX.
El último y más renombrado de ellos, fue Wiliam Walker, primero mercenario a
sueldo del multimillonario estadounidense Cornelius Vanderbilt y que operó, más
tarde, mitad oficiosamente para el gobierno norteamericano, mitad
independientemente. En 1856, invadió Nicaragua, con el apoyo “no oficial” de
unidades de la Marina
de guerra estadounidense que ocupaban el puerto de San Juan del Norte en ese
mismo país y se proclamó “Presidente de Nicaragua”, restableciendo la
esclavitud en el país. Derrotado al año siguiente, por fuerzas centroamericanas
unidas, bajo el mando del entonces presidente costarricense Juan Rafael Mora, huye a bordo de una goleta de guerra
estadounidense. En 1860, el filibustero invade, esta vez, Honduras, donde fue
derrotado y ejecutado.
A partir de entonces, la potencia del norte
elabora una política más “legítima” e institucional para formalizar su
hegemonía en la región, a través del “Panamericanismo”,
la supuesta comunión de realidades e intereses entre si y los demás países al
sur. En 1889, se realiza la “Primera Conferencia de la Naciones Americanas”,
en Washington. Ella no logró sus objetivos puntuales, entre ellos, un sistema
monetario común y obligatorio, bajo su dirección, el cual fue combatido y
derrotado por el patriota revolucionario cubano José Martí, representante de
Uruguay en las tratativas. Sin embargo, abrieron el camino para otras
conferencias, y finalmente instalar el andamiaje “panamericano” a través del
cual ha ejercido su hegemonía hasta hoy, “legitimando” sus agresiones
militares, anexiones territoriales y saqueos comerciales.
El primero en sentir
la garra norteamericana fue México, a quien arrebató Texas, California,
Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, UTA y parte de Wyoming, entre 1845 y
1848. Más de 2 millones de kilómetros cuadrados, la mitad del territorio
mexicano. Allí se acuñó la palabra “gringo”,
del inglés “Green go”, “lárgate verde”, pintado en los muros en alusión al
uniforme verde de las tropas intervencionistas norteamericanas en la época. Y
también el dicho popular: “Pobrecito
México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Muy pronto,
siguieron Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. El siglo XIX, fue el siglo del
voraz estreno de la expansión de los Estados Unidos. La “Doctrina Monroe” y el “Destino
manifiesto” en plena operación. Siguiendo lo que se nominó como la doctrina
del “Gran garrote”, sólo entre 1845 y
1900, cometieron al menos 64 intervenciones directas en América Latina.
Agredieron militarmente a Honduras (Isla Tigre, 1867), Haití (20 veces entre
1865 y 1900), y República Dominicana (1870).
Ocuparon militarmente,
con desembarco de sus “marines”, el territorio de varias ciudades. Panamá,
entonces perteneciente a Colombia (1868, dos veces en 1873, 1885, y 1895), y
Colón (1885) en el mismo país. En
Nicaragua, Managua (1867), Blufield (1895 y 1899), Corinto (1896), y San Juan
del Sur (1898 y 1899). En Uruguay, Montevideo (1868). En Argentina, Buenos
Aires (1833, 1852 y 1890). En Chile, Valparaíso (1891). En Brasil, Río de
Janeiro (1894). En México, aún después de su desgarramiento, invaden todavía
Remolino (1873) y Matamoros (1876). E imponen, en 1882, un infame tratado por
el cual Estados Unidos era “autorizado” a invadir con tropas, libremente, a su
criterio, el territorio mexicano. Y lo hizo en más de 20 ocasiones sólo en esa
década. Del mismo modo, arrancó concesiones navieras vergonzosas a Haití, y
derechos de libre navegación por los ríos de Paraguay, Uruguay y Argentina. En
1880, en pugna con Francia por el futuro canal de Panamá, Estados Unidos
elabora, como extensión de la “doctrina Monroe”, su “Corolario Hayes”, por el cual declaraba unilateralmente al canal “parte de la vía costera norteamericana”.
En el mismo acto
fueron destruidos los nuevos continuadores del proyecto bolivariano,
antimperialista y de justicia social. En 1842, los Estados Unidos son cómplices
de las potencias europeas en la derrota
y asesinato de Francisco Morazán, último Presidente de la “República Federal de
las Provincias Unidas del Centro de América”, que unía a Guatemala, Honduras,
El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. En 1885, conspiran contra el Presidente
guatemalteco Rufino Barrios y derrotan su proyecto de “Federación Centroamericana” antimperialista. En 1891 son
cómplices, con sus fuerzas navales y marines en Valparaíso, del derrocamiento y
muerte del presidente chileno Manuel Balmaceda y su política nacionalista. En
1895, apoyan la revuelta contra el presidente liberal de Nicaragua, José
Zelaya, y hacen fracasar su “Pacto de
Amapala”, que buscaba la unión de los países centroamericanos en la “República Mayor de Centroamérica”.
Finalmente, lo derrocan en 1909. En 1870, combinan la conspiración con la
intervención militar para aplastar en República Dominicana el levantamiento
revolucionario del coronel Gregorio Luperón, partidario de una “Confederación Caribeña Antillana” antimperialista.
1900 a 1950
La primera mitad
del siglo XX, vería robustecer el poderío norteamericano y con él las
agresiones e infamias contra América Latina y el Caribe. Inaugurando el siglo,
el presidente Teodoro Roosvelt, declaró el “Corolario” de 1904 a la “Doctrina Monroe”,
conocido como “Corolario Roosvelt”.
En él, fundamentalmente, se establecía unilateralmente el pleno derecho de
Estados Unidos a intervenir en los asuntos de los países americanos, si el
desorden en el mismo, o el peligro para sus intereses, así lo requerían. Era la
actualización de la tesis del “Destino manifiesto”: "Si una nación
demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las
conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus
obligaciones, no tiene porque temer una intervención de los Estados Unidos. La
injusticia crónica o la importancia que resultan de un relajamiento general de
las reglas de una sociedad civilizada pueden exigir que, en consecuencia, en
América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y, en el
hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe
puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos
flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía
internacional".
Su sucesor,
William Taft, hará su propio aporte doctrinal, el llamado “Corolario Taft” a la “Doctrina Monroe”, en 1909. Conocido
comúnmente como la “Diplomacia del Dólar”,
éste sostenía que lo crucial, desde un punto de vista geoestratégico, ya no era
poseer directamente el territorios de las nacientes repúblicas sureñas, sino su
control político, financiero y comercial. Sobre esa base, la presencia de
inversionistas “extra continentales”, que pusieran en “peligro” los intereses
de las empresas estadounidenses en su “esfera de influencia”, era considerada
una “agresión anti norteamericana” y no sería tolerado. Su sucesor, Woodrow
Wilson, extendió esta doctrina al ámbito planetario, con su participación en la Primera guerra Mundial:
"El mundo debe hacerse seguro para la democracia". En su
mensaje al Congreso, después de la guerra, en 1920, manifiesta: “Éste
es un tiempo en el que la
Democracia debe demostrar su pureza y su poder espiritual
para prevalecer. Es ciertamente el destino manifiesto de los Estados Unidos,
realizar el esfuerzo por hacer que este espíritu prevalezca".
El presidente
Franklin Roosevelt (1933-1945), proclamó públicamente el abandono de la
política internacional de agresión y saqueo por parte de su país, a través de
su doctrina del “Buen vecino”: “En la esfera de la política mundial, yo
dedicaré esta nación a la política del buen vecino; el vecino que de modo
resuelto se respeta a sí mismo y, al hacerlo, a los derechos de los otros; el
vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y
con un mundo de vecinos” (Discurso de
Toma de posesión. 1933). El único logro visible, sin embargo, de ésta fue
la no agresión directa al gobierno nacionalista mexicano de Lázaro Cárdenas,
cuando éste expropió las empresas petroleras extranjeras en 1938, firmándose un
acuerdo de buena vecindad con Estados Unidos, que reconocía expresamente el
derecho soberano de México a tener el control de su petróleo. Los hechos demostraron,
sin embargo, abrumadoramente, la constante doctrinaria de “Monroe”, el “Destino
manifiesto” y sus “Corolarios”.
Doctrinas que
alcanzaron su primera extensión formal “Panamericana” en la “Segunda Reunión de
Consultas de Ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Panamericana”
de 1840, donde los demás Estados del sur firmaron también la Resolución de “No
Transferencia”, emitida por el congreso norteamericano en 1811. Se establecía
así la total supremacía estadounidense en la región. América Latina ya no tenía
ninguna posibilidad de escapar de esta nueva matriz que le era generalizada
ahistoricamente, una vez más. Después de la primera “Conferencia de Naciones
Americanas” de 1889, que abriera el camino de la institucionalidad regional bajo
hegemonía estadounidense, se realizaron otras tres Conferencias. Ciudad México
(1901), Río de Janeiro (1906), y Buenos Aires (1910). En esta última se funda
la “Unión Panamericana”, como
organismo permanente presidido por Estados Unidos. Seguirán otras conferencias.
Santiago de Chile (1923), La
Habana (1928), y Lima
(1938), hasta que en 1948, en Bogotá, se crea la “Organización de Estados Americanos – OEA”.
Entre 1900 y 1947,
en que se rompe el frente de aliados bélicos de la segunda guerra mundial y
surge la “Guerra fría” entre los bloques soviético y norteamericano, los
marines estadounidenses invadieron el territorio de Santo Domingo 1 vez. 2
veces el de Nicaragua. 4 veces el de Cuba. 6 veces el de Panamá. 7 veces el de
Honduras. 7 el de Haití. En algunos
casos, como el de Haití y Nicaragua, la invasión se extendería por años. En
1898, los Estados Unidos entran en guerra con el ya decadente imperio colonial
español y en dos años le arrebatan las islas de Cuba y Puerto Rico en el mar
atlántico centroamericano; y las islas de Guam y las Filipinas, en el pacífico
occidental. Cuba -donde hasta la
Revolución liderada por Fidel Castro, existía una
Constitución con la famosa e impresentable “Enmienda
Platt”, que la convertía formalmente en colonia norteamericana- y Filipinas
alcanzaron su independencia. Puerto Rico, donde la resistencia patriótica ha
sido permanente, y Guam siguen sujetas hasta hoy al dominio norteamericano. El
primero como “Estado asociado”, eufemismo para su relación neo colonial. La
segunda como “Territorio no incorporado”. El mismo año 1898, se anexa Hawai y
formaliza un “protectorado compartido” con Alemania sobre las islas Samoa; la
parte alemana llegará más tarde a la independencia; la norteamericana sigue
actualmente bajo su dominio.
En 1903, ambicionando el estratégico istmo
nor-occidental de Colombia para la creación de un canal entre los océanos
Pacífico y Atlántico, Estados Unidos orquesta, casi sin disimulo, una
intervención. Agita un levantamiento en la región de Panamá, al que protege con
sus fuerzas navales, reconoce inmediatamente su “independencia” y firma de
apuro un tratado con el “nuevo gobierno independiente”. El signatario por la
parte “panameña” es un aventurero francés, capataz en la construcción del
canal, devenido en plenipotenciario del Panamá “independiente”. Por el acuerdo,
Estados Unidos pasa a ser dueño “a perpetuidad” de los territorios a ambos
costados del estratégico canal, cortando en dos el país. “Somos el único país del mundo que limita al centro con Estados Unidos”,
dirá más tarde el comandante Omar Torrijos. La vergonzosa “perpetuidad” será
negada después y remplazada por eternos tratados de aplazamientos.
En el mismo periodo, los Estados Unidos fueron
autores, cómplices o conspiraron en al menos 28 golpes de Estado y dictaduras
sangrientas en la región. Entre ellas las de Trujillo en República Dominicana y
la de los Somoza en Nicaragua, que habrían de durar por décadas, y serían
arquetípicas por su carácter genocida. El poder fáctico imperial estará también
detrás de Bolivia en la “Guerra del Chaco”, contra Paraguay (digitado a su vez
por Inglaterra), en 1932. Y del genocidio, en 1937, de 25.000 haitianos, por
parte del dictador Trujillo en República Dominicana, perpretado, “en defensa de
la raza blanca dominicana”. Crimen
“reparado” por el acuerdo formal entre los dos gobiernos, con mediación
norteamericana, de una “indemnización” de 29 dólares por cada uno de los 18.000
haitianos asesinados, cifra final “oficial”. En el año 1939, se ocupa la isla
de Vieques, en Puerto Rico para convertirla en Base militar norteamericana, la
cual se mantuvo por más de 60 años, hasta que en el 2003 un incontrolable
movimiento popular obligó su retiro. En 1942, se crea la “Junta Interamericana
de Defensa”, para subordinar coordinadamente a todos los ejércitos de la
región, y que sería la base de las actuaciones genocidas de los mismos en el
resto del siglo. A partir de ahí se instalaron nuevas bases militares
norteamericanas en Brasil, Ecuador, República Dominicana, Perú, Colombia,
Bolivia y muchos otros países.
Durante todo el periodo, hasta quienes mostraron
cualquier mínima independencia del poder imperial norteamericano, fueron
víctimas de su intervención y agresión, como autores directos o cómplices en
los derrocamientos de presidentes nacionalistas, populares o antimperialistas.
En Nicaragua, en contra del Presidente nacionalista José Zelaya (1909). Del
presidente guatemalteco Carlos Herrera y su proyecto de “Republica tripartita centroamericana” (1920). Del gobierno nacionalista
de los “Cien días” de Ramón Grau en Cuba (1933). Del presidente y militar
nacionalista boliviano Germán Busch (1939). Del presidente panameño
independentista Arnulfo Arias (1940). Del presidente nacionalista brasileño
Getulio Vargas (1945). Del presidente y militar nacionalista boliviano
Gualberto Villarroel, que había llamado, en el 45’, al “Primer Congreso
Indígena" (1946).
Junto a ellos, nuevamente, varios de los mejores
hijos de Bolívar cayeron también sacrificados por la bota militar norteamericana
o su complicidad militar y política con las oligarquías locales. La derrota y
posterior asesinato del líder popular panameño Victoriano Lorenzo, que dio pasó
al ominoso acuerdo liberal conservador para alternarse antidemocráticamente los
sucesivos gobiernos colombianos (1904). El aplastamiento en México de la huelga
de Sonora y la insurrección liberal, por parte del sanguinario dictador
Porfirio Díaz (1906). El de la rebelión popular campesina conocida como la
“Guerra de los cacos” en Haití (1915). El de los heroicos campesinos
“Gavilleros” en República Dominicana (1924).
El de la huelga de los “Inquilinos” en Panamá (1925).
La grandiosa,
compleja y popular, revolución mexicana sufrió 38 agresiones directas, con
invasión de territorio mexicano por parte de fuerzas militares norteamericanas,
contra todos los gobiernos revolucionarios, desde Madero hasta Carranza, y,
especialmente contra sus líderes más radicales, Emiliano Zapata en el sur, y
Pancho Villa en el norte. Este último, el único líder antimperialista que ha
castigado con tropas regulares territorio continental norteamericano en toda su
historia independiente. En la derrota militar de Francisco Villa ante
Venustiano Carranza, el apoyo de los Estados Unidos había jugado un rol
importante. Ya antes, Pablo Obregón, aliado de Carranza había hecho uso de
faros gigantes, alimentados por energía eléctrica norteamericana, para hacer
fracasar un ataque nocturno de los “dorados” villistas en el pueblo fronterizo
de Agua Prieta, Sonora en 1915. Finalmente, el gobierno de Estados Unidos
reconoció oficialmente a Carranza como presidente legítimo de México. Ante todo
ello, Villa, acuartelado en el lado fronterizo mexicano, ordena al general
Ramón Banda atacar el pueblo de Culumbus en territorio norteamericano. Al
amanecer del 9 de marzo, un ejército de 1500 dorados, redujeron a cenizas el
pueblo, y entablaron batalla con un destacamento de caballería del ejército
norteamericano, causándole 84 bajas, y capturándole las armas y más de 100
caballos y mulas.
Entre 1927 y 1933,
Augusto Sandino, combate a las tropas invasoras norteamericanas en Nicaragua.
Superado en número y armas por las tropas invasoras, que realizaron allí
incluso el primer bombardeo aéreo de territorio continental latinoamericano,
logró, sin embargo, mediante guerra de guerrillas, forzar su expulsión. En
medio de la guerra, se da tiempo para redactar en 1929 su “Plan de realización del supremo sueño de Bolívar”,
para unir en confederación a las 21 “fracciones”
en que está dividida la
América Latina, establecer la “nacionalidad latinoamericana” y expulsar al imperio invasor, el
cual envía a todos los presidentes latinoamericanos. La poeta chilena Gabriela Mistral levanta una
campaña pública en solidaridad con él y su “pequeño
ejército loco de voluntad de sacrificio”, quien “carga sobre sus espaldas la dignidad de todo el continente”.
Engañado y traicionado, el “general de
hombres libres” es asesinado en 1934. Su “comuna cooperativa de Wiwilli”
será arrasada. Su ideario será recogido por Carlos Fonseca Amador y el Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que integra al veterano sobreviviente
del ejército de Sandino, entonces de 17 años y ahora ya anciano, José Santos
López, logrando derrocar finalmente a los Somoza en 1979. En 1932, es aplastada
sangrientamente en El Salvador la insurrección dirigida por Farabundo Martí,
compañero de lucha de Sandino en Nicaragua. Su ideario será recogido por el
Frente Martí para la
Liberación Nacional (FMLN), que librará heroica y sacrificada
guerra de guerrillas durante las dos últimas décadas del siglo XX, para
continuar la lucha por vías electorales a inicios del siglo XXI. En 1935, son
asesinados en Cuba los líderes revolucionarios Antonio Guiteras y su compañero
el venezolano Carlos Aponte, veterano con grado de coronel en el “pequeño
ejército loco” de Sandino.
La Guerra Fría
Desde el término de la segunda guerra mundial a la caída del bloque
comunista soviético se abre una nueva fase en la relación de dominación del
poder fáctico estadounidense con América Latina y el Caribe, que va desde 1945 a 1990. La segunda
guerra mundial finalizó con el crimen de guerra más grande en la historia
humana cometido por los Estados Unidos y hasta hoy impune. El bombardeo atómico
sobre dos ciudades, causando el genocidio de cientos de miles de civiles,
hombres, mujeres, niños y ancianos, aún de sus descendientes en las futuras
generaciones, contaminados, deformes y condenados a la muerte por la radiación
atómica, que afectó gravemente el medio ambiente de todo el planeta. Muy
pronto, se produjo el quiebre de la “gran alianza anglo-soviética-norteamericana” que había derrotado al
nazi-fascismo en la guerra. Ruptura que rápidamente se transformó en un
virulento, global y multiforme antagonismo conocido como “Guerra Fría”. Los
ideólogos del Estado norteamericano elaboraron la nueva “Doctrina Truman”, con el objetivo expreso de “contener el avance
del comunismo en todo el mundo”, especialmente en América Latina, considerada
por su cercanía como su “Patio trasero”.
En ese marco, el año 1948, la “Novena
Conferencia Internacional de Estados Americanos” creó la “Organización de
Estados Americanos (OEA) y, bajo la presión del entonces Secretario de Estado
norteamericano George
Marshall, aprobó la “Resolución sobre la Preservación y
Defensa de la Democracia
en las Americas”, de clara matriz anticomunista. Un año antes, en 1947, el
“Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR)”, había sido firmado en
Brasil por veinte gobiernos latinoamericanos y caribeños. De “recíproco” no
tenía nada, pues configuró un claro flujo unidireccional de subordinación del
sur al norte. Uno de sus componentes fundamentales eran las “escuelas” para
militares latinoamericanos y la propagación de asesores militares
norteamericanos en todo el continente. La más tristemente célebre de ellas es
la “Escuela de las Américas”, existente desde 1946 en Fort Amador
y más tarde Fort Gulick, Panamá, con las denominaciones iniciales de “Centro de
entrenamiento latinoamericano, división de tierra” y “Escuela militar del
Caribe de los Estados unidos”. En 1963 tomó su más famoso nombre. Y en 1984 se
trasladó a Fort Benning, en Columbus, Georgia, Estados Unidos. Sólo en ella –se
realizan cursos y escuelas en numerosas otras entidades militares de Estados
Unidos-, y sólo desde 1965 a
2000, se graduaron 60.000 oficiales latinoamericanos y caribeños de 23 países.
Al menos 1600 están acusados formalmente por crímenes contra la humanidad,
entre ellos varios dictadores, como Leopoldo Galtieri en Argentina y Hugo
Banzer en Bolivia.
Su misión
consistía en asegurar la subordinación de las Fuerzas Armadas de la región a
las directrices estadounidenses, principalmente su reconversión como “policía
interna”, en el marco de la “Doctrina de
seguridad nacional”. Según la cual el principal enemigo era “interno”, a través de diversas formas
del “comunismo pro soviético”, al cual había que enfrentar, ya no en guerras
convencionales, sino en conflictos militares de “baja intensidad”. Ello se traducía en políticas militares
represivas y genocidas hacia el descontento y la protesta social y política.
Algunos de sus “Manuales militares de instrucción”, entonces confidenciales, se
desclasificaron o publicaron en 1996. En ellos, expresamente, se validaba e
instruía en la violación de Derechos Humanos, como el uso de la tortura, la
extorsión o la ejecución sumaria. Definiendo como objetivos de control,
seguimiento y represión a organizaciones políticas, sindicales y sociales que “distribuyesen
propaganda en favor de los trabajadores o de sus intereses… simpatizasen
con manifestaciones o huelgas… acusaciones
sobre el fracaso del gobierno en solucionar las necesidades básicas del
pueblo". Dado su profundo desprestigio, aún en el mismo Estados
Unidos, desde 2001 fue re nombrada como “Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica” y continúa funcionando impunemente en el
mismo lugar de Georgia, Estados Unidos.
En 1951, se aprobó en Washington una “Resolución sobre el Fortalecimiento de la Seguridad Interior
de los Estados” del Hemisferio Occidental, por parte de los Ministros de
Relaciones Exteriores del Sistema Interamericano. Al año siguiente, doce
gobiernos de la región firmaron
Convenios de Asistencia Militar con la potencia imperial. Ante el triunfo de la Revolución Cubana
de 1959, al año siguiente el presidente norteamericano John Kennedy, implementa
la “Alianza para el Progreso”, amplio plan de ayuda económica y social,
especialmente a las áreas campesinas de la región, destinado a privar de
“apoyo” a las intentonas guerrilleras, que se formaliza en la reunión
panamericana de “Punta del Este”, Uruguay, en 1961. El cual habría de
combinarse a lo largo de una década con las agresiones militares, bajo la
“Doctrina” de su sucesor, el presidente Lyndon Johnson, según la cual las
Fuerzas Armadas estadounidenses están autorizadas a intervenir unilateralmente
o a emprender “guerras limitadas” o “preventivas” en cualquier parte del mundo
donde estuvieran amenazados los “intereses norteamericanos”.
El año 1969, se
implementa la “Doctrina” del presidente Richard Nixon y su jefe del Consejo
Nacional de Seguridad, Henry Kissinger. Fruto de la famosa y repudiada gira
sudamericana del multimillonario y Coordinador de la Oficina de Asuntos
Interamericanos del Departamento de Estado, Nelson Rockefeller. Cuyo “Informe” propuso el “reforzamiento del sistema de seguridad
colectiva” del Hemisferio Occidental y de la OEA, y el fortalecimiento de vínculos militares
para “apoyar los esfuerzos propios de
algunos gobiernos latinoamericanos para conjurar la revolución social”. De
manera de disminuir las intervenciones militares estadounidenses directas y
“latinoamericanizar” la represión en el Hemisferio Occidental. Siguiendo esos
lineamientos, en la década de 1970,
a partir de la dictadura genocida de Brasil, se habla de
las llamadas “fronteras ideológicas”
y de los sangrientos “regímenes de
seguridad nacional” que se instauraron durante más de dos décadas en
América Latina y el Caribe. Para implementarlas, se fundó el “Consejo de
Defensa Centroamericano” (CONDECA), órgano interestatal que, en estrecha
coordinación con el “Comando Sur de las Fuerzas Armadas Estadounidenses
(SOUTHCOM)” con base en Panamá. Que coordinó las diversas estrategias
contrainsurgentes y terroristas desplegadas por las dictaduras militares o los
regímenes cívico-militares instalados en Guatemala, Honduras, El Salvador y
Nicaragua.
En Sudamérica, se
implementó la “Reunión de Jefes de Ejércitos Latinoamericanos de la Junta Interamericana
de Defensa” en Montevideo, para la coordinación de la actividad represiva con
el “SOUTHCOM” y con las dictaduras terroristas ya entronizadas en Bolivia,
Brasil, Chile, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Uruguay.
Se estructuraron las llamadas “Operación
Murciélago” y “Operación Cóndor”, a partir de 1975, mediante las
cuales las dictaduras militares de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay y
Paraguay actuaron conjuntamente para la represión sanguinaria de opositores
políticos y dirigentes populares y revolucionarios del continente. Una
“multinacional de la represión y el terror”, encabezada por los dictadores de
Chile y Paraguay, Augusto Pinochet y Alfredo Stroessner, respectivamente. La
implementación combinó en todo el periodo el uso de diversas organizaciones
terroristas paramilitares, caracterizadas por el salvajismo sicópata de sus
acciones. Los contra revolucionarios cubanos, estrechamente ligados a la Central de Inteligencia
Americana (CIA), quienes, sólo entre 1970 y 2000 realizaron más de 300 acciones
terroristas contra civiles en Europa, América Latina y el Caribe. La “triple
A”, “Alianza Argentina Anticomunista”. Las “Manos Blancas” en El Salvador. La
“Contra” anti sandinista en Nicaragua. Las actuales “Autodefensas Unidas de
Colombia”. Entre muchas otras en cada país de la región.
En el período, de 1945 a 1990, la potencia
norteamericana gestó y participó, en diversos grados y formas, al menos en 42
golpes de Estado, un promedio de dos por país, y más del doble que en el siglo
XIX. Muchos de ellos dieron origen a sanguinarias y largas dictaduras pro
imperialistas, a las cuales continuó sosteniendo por décadas. Una vez más, la
mayoría de estas intervenciones y agresiones fueron cometidas contra proyectos
nacionalistas y revolucionarios bolivarianos. En 1948, el asesinato del líder
popular Jorge Gaitán en Colombia, que produjo una espontánea insurrección
popular conocida como el “Bogotazo” y una brutal represión posterior, que se
prolongó como “la violencia” a todo el país, con un saldo de 300.000 muertos en
dos década. En 1950, aplastan la audaz, pero frustrada sublevación del Partido
Nacionalista que proclamó la “República
de Puerto Rico”. Contra las cuales los ocupantes estadounidenses,
implementan el eufemístico “Estado Libre Asociado (ELA)”, que todavía sirve de
fachada a la dominación colonial de los Estados Unidos. Pedro Albizu, líder de
la insurrección fue encarcelado, torturado con radiación y declarado “loco”.
Jóvenes puertorriqueños atentan a tiros contra la casa del presidente en
Washington en protesta, uno de ellos muere, el otro es encarcelado. En 1954,
siguiendo ese ejemplo, una joven muchacha, Lolita Lebrón, encabeza otro ataque
similar de un comando nacionalista puertorriqueño contra la Cámara de representantes
estadounidenses. Todos son encarcelados, hasta ser indultados 25 años más
tarde.
En 1952, se
realizan, con indisimulado apoyo estadounidense, los golpes y dictaduras de
Fulgencio Batista en Cuba y Alfredo Stroessner en Paraguay, quienes gobernarán
sanguinariamente hasta a 1959 y 1989, respectivamente. El mismo año, fracasan
los intentos de golpes de Estado contra el presidente “pro peronista” Federico
Chávez de Paraguay, y contra el segundo gobierno del nacionalista Getulio
Vargas en Brasil, ambos digitados desde las respectivas embajadas
norteamericanas. En 1957, inicia otra prolongada y sanguinaria dictadura en
Haití, la de François Duvalier, llamado “Papa Doc”. En 1954, la United Fruit,
poderosa trasnacional norteamericana, provoca el derrocamiento del gobierno
nacionalista guatemalteco de Jacobo Arbenz, que había osado amenazar sus
intereses con la política de nacionalización y reforma agraria. El entonces muy
joven Che Guevara participará de la frustrada resistencia. Al año siguiente, en
la tierra de origen del Che, es igualmente derrocado el segundo gobierno del
militar nacionalista y popular Juan Perón. En 1960, el corrupto y sanguinario régimen de Leonidas Trujillo en
Republica Dominicana, asesina cobarde y brutalmente, a golpes, a las tres
“Hermanas Mirabal”, llamadas las “Mariposas”, por el nombre clave “Mariposa”,
usado en la resistencia clandestina por Minerva, la líder de las hermanas,
primera mujer abogada del país, y activa dirigente de la resistencia. Seis
meses más tarde, el tirano será ajusticiado.
En 1959, triunfa la
Revolución Cubana, por medio de la lucha armada liderada por
Fidel Castro. El gobierno norteamericano de Dwight Eisenhower, abrirá una permanente y multivariada agresión
criminal hacia Cuba que habrá de prolongarse, a través de todos los gobiernos,
por décadas, bajo la forma de agresiones militares, bombardeos, intentos de
asesinato, atentados, sabotajes, bloqueos comerciales, cercos políticos, y
leyes espurias, hasta la actualidad. De la cual saldrá siempre victoriosa la
heroica resistencia y dignidad nacional del pueblo cubano.ombardeos, atentados, sabojcenu liedad y
control de grandes intereses .itares estadounidenses en Vieques puerto rico,
desme Siguiendo las órdenes de la Casa Blanca, la VIII Reunión de
Consultas de Ministro de Relaciones Exteriores de la OEA, efectuada en Montevideo,
expulsó a Cuba de esa organización regional. Meses más tarde, se produce la
llamada Crisis de los Mísiles, que enfrentó a la URSS con Estados Unidos, a
raíz de la instalación de misiles en la isla. Con el respaldo unánime de la OEA, John F. Kennedy desplegó
una “cuarentena”, bloqueo naval, a la isla. En ese contexto y mediante diversos
chantajes, la IX Reunión
de Consulta de Cancilleres de la
OEA, realizada en Washington, aprobó una nueva resolución
obligando a todos los Estados miembros a romper sus relaciones diplomáticas,
comerciales y consulares con la Revolución Cubana. Fue acatada por todos los
gobiernos latinoamericanos y caribeños, con excepción del mexicano. Desde
entonces, el restablecer las relaciones con la isla será una bandera de
independencia para todos los gobiernos de la región.
En 1964, son reprimidos
estudiantes panameños que izan la bandera propia en el Canal de Panamá, ocupado
por tropas estadounidenses. El mismo año es derrocado el gobierno nacionalista
y democrático de Jôao Gulart. Al año siguiente, 42.000 efectivos militares
norteamericanos, con apoyo de la
OEA, invaden República Dominicana, para derrotar la
revolución popular y constitucionalista liderada por el coronel Francisco
Caamaño, cuyo levantamiento popular luchaba por el retorno a la presidencia del
afamado intelectual y político Juan Bosch, derrocado y prisionero en Puerto
Rico. El mismo año, paralelamente, bajo dirección del Pentágono, el gobierno
colombiano, implementa la “Latin American Security Operation”, conocido como
“Plan LASO”, destinada a derrotar, a sangre y fuego, con el ataque de miles de efectivos
militares e indiscriminados bombardeos contra la población civil, las llamadas
“repúblicas independientes” de Marquetalia, Río Chiquito, El Pato y Guayabero.
Allí, las columnas armadas campesinas, con que los líderes comunistas defendían
sus pequeñas comunas, burlan el cerco y pasan a constituirse en las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, las más antiguas y poderosas
guerrillas del continente en la actualidad. Finalmente, ese mismo año, con
desembozada participación de la
CIA norteamericana fue derrocado el segundo gobierno del
líder del Partido Progresista del Pueblo (PPP) de Guyana, Cheddi Jagan.
En 1967, muere en
Bolivia, asesinado por órdenes norteamericanas, el Che Guevara, al mando del
“Ejército de Liberación Nacional”. Al año siguiente, se realiza la “Masacre de
Tlatelolco", asesinando e hiriendo a sangre y fuego la protesta de una
multitud desarmada en la capital de México. Abriendo una brutal represión en
las zonas rurales y urbanas donde operaban el Movimiento de Acción
Revolucionaria y el Frente Urbano Zapatista. Durante ese periodo, se conspira y
hostiliza política y económicamente a los gobiernos del general nacionalista y
popular Juan Velasco Alvarado en Perú, quien realizó la reforma agraria, la
nacionalización y redistribución de las riquezas del país, derrocado finalmente
en 1975. Y en Panamá, el de Omar Torrijos, militar mestizo y de extracción
popular, quien llamó a Asamblea Constituyente, realizó la reforma agraria y la
redistribución antioligárquica. En los tratados Torrijos – Carter, con Estados
unidos, consiguió la devolución completa de la soberanía del Canal a Panamá, la
que se cumplió el año 1999 y por norma constitucional jamás podrá volver a ser
cedida a poder extranjero. En la ocasión declara: “América Latina nos ha acompañado en forma leal y desinteresada. Sus
mandatarios se encuentran en este acto para testimoniar que la religión y la
causa del pueblo panameño es la religión y la causa del continente. La
presencia de estos mandatarios debe iniciar una nueva y diferente… a fin de que
desaparezcan todos los resabios de injusticias que impiden se nos trate de
igual a igual. Porque ser fuerte conlleva el compromiso de ser justo…” (7
de septiembre. 1977). Es el legado de Torrijos, quien muere asesinado en 1981,
en un atentado, apenas disimulado de accidente aéreo, cometido por los poderes
oligárquicos panameños y el poder fáctico norteamericano. Consultado por las
razones de su riesgoso enfrentamiento con aquellos poderes, el militar patriota
contestó: “¿Has visto alguna vez la cara
de un hombre desesperado?... Es verdad que somos un país pequeño y ocupado, pero no hay
colonialismo que dure cien años ni panameño que lo resista. ¡No lo hay!".
En 1971 es
derrocado el general boliviano Juan Torres, quien encabezó un movimiento
popular para hacer realidad los frustrados principios democráticos y
nacionalistas de la traicionada Revolución boliviana de 1952. Al año siguiente,
es brutalmente derrotada en El Salvador una sublevación popular, con respaldo
del “Movimiento de Jóvenes Militares”. En 1973, es derrocado y muere en
titánico combate, cercado en palacio de gobierno por fuego de tanques blindados
y bombardeo aéreo, el presidente mártir chileno, Salvador Allende. Es el resultado de tres años de gobierno
popular contra el que conspiró incesantemente la potencia estadounidense. El
mismo año, en Granada, pequeña isla ex colonia británica y neo colonia sujeta a
la Commonwealth
inlgesa, la dictadura de Eric Gairy, que sucedió al gobierno británico, ametralla
una manifestación independentista pacífica, conocida como “el domingo
sangriento”. En 1979, triunfa la lucha armada del Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua y los Estados Unidos desatan una
agresión política y militar permanente, a través de diversos medios, incluyendo
las guerrillas contrarrevolucionarias, conocidas como “contras”. Fidel Castro
dirá: “Es como si tuvieran una invasión de Girón, pero cada día”. Del mismo
modo se hostiliza a las poderosas guerrilleras de El salvador y Guatemala.
Todas las cuales llegan a acuerdos políticos para pasar a la lucha política
legal en la década de 1990.
En 1982, la
dictadura militar Argentina, con el fin de remontar la caída en el apoyo
popular, y subestimando la respuesta imperial inglesa, retoma control y
soberanía militar de las australes islas Malvinas, usurpadas por piratas
británicos en 1833. En 1965, las Naciones Unidas, por Resolución 2065,
calificaron la disputa como un “Problema colonial” y urgieron una solución. El
gobierno inglés de Margaret Thatcher, reunió una masiva y muy superior armada y
en una guerra que duró tres meses, reconquistó las islas. Para ello contó con
el apoyo de Estados Unidos, que traicionaba así todos los bullados tratados
panamericanos, especialmente el TIAR. Lo mismo hizo, impresentablemente, la
dictadura militar de Pinochet en Chile.
Al año siguiente,
conflictos y pugnas al interior del gobierno revolucionario de Grenada, que
había derrocado la dictadura de Gayri e independizado la isla del dominio británico,
terminan con el asesinato del líder popular Maurice Bishop. Aprovechando las
divisiones y pretextando el rescate de estudiantes norteamericanos, el ejército
de Estados Unidos, con la cobertura de los gobiernos títeres vecinos de
Grenada, como Barbados y Dominicana, ejecutan la “Operación furia urgente”, la
invasión del país con cerca de 3.000 efectivos, y el apoyo de fuerzas anfibias
blindadas y aéreas, que estrenaron el helicóptero “Blackhawk”, famoso al ser
derribado una década más tarde por las milicias somalíes. Restaurado el orden
neocolonial, Grenada es hasta hoy nación de la Commonwealth, con el monarca
británico como formal Jefe de Estado, representado por un Gobernador General y
un Primer Ministro “nativos”.
A fines de 1989,
Estados Unidos invade con tropas terrestres, navales y aéreas, Panamá,
estrenando armas químicas contra la población civil que les hizo resistencia.
Capturan al presidente dictatorial Manuel Noriega e instalan un gobierno
títere, a cargo de Guillermo Endara, quien fue juramentado en una base militar
de la Zona del
Canal controlada por los Estados Unidos. Posteriormente, Noriega fue juzgado en
tribunales norteamericanos por su presunta participación en asuntos de
narcotráfico hacia Estados Unidos, y fue absuelto en dos instancias, se le
declaró entonces "prisionero de guerra" y se le condenó a 40 años en
una prisión federal. En 1992, se aprueba una reforma constitucional que priva
de ejército al país. En el año 2000, se cumplen los Tratados Torrijos Carter y
el Canal es devuelto a los panameños. En 2004, es electo presidente, el hijo de
Omar Torrijos, Martín Torrijos.
En 1992, con la
complicidad de los Estados Unidos, en Perú el electo Alberto Fujimori perpetra
un “autogolpe” militar, instaurando una dictadura de diez años, la más corrupta
y criminal en la historia del país. Al término de la cual, derrocado por la
insurrección popular, huirá del país. En 2002, con participación directa del
poder fáctico de Estados Unidos, se produce un golpe de Estado oligárquico y
pro imperial contra el legítimo gobierno de la República Bolivariana
de Venezuela, combinando el manejo totalitario y golpista de los medios de
comunicación masivos, con sectores insurreccionales de derecha, militares
golpistas y alto empresariado oligárquico. El presidente Hugo Chávez es
secuestrado con intenciones de entregarlo ilegalmente a Estados Unidos o
asesinarlo, pero la masiva reacción de defensa del pueblo y los sectores
patrióticos de las Fuerzas Armadas abortó el golpe y restableció la legalidad.
Desde entonces el cerco y hostilidad del poder fáctico norteamericano hacia el
país es permanente, principalmente a través de campañas totalitarias en todas
las grandes cadenas de información masiva.
En 2004, en Haití,
un golpe de Estado encubierto, promovido por Estados Unidos, derrocó al
presidente legítimo Jean-Bertrand Aristide. Falsamente, al igual que se había
hecho con el presidente Chávez en el golpe de Venezuela, se publica su supuesta
“renuncia”, la cual Aristide niega públicamente. El
país es ocupado por una fuerza militar de las Naciones Unidas, digitada por los
Estados Unidos y con fuerzas militares de Chile, Brasil y Argentina, a partir
de 7.000 efectivos. Es la denominada “Misión de Estabilización de Naciones
Unidas en Haití (MINUSTAH)”, que fue impuesta y se mantiene sin ningún tipo de
consulta a representantes de la sociedad haitiana. En el 2006, fue
electo el antiguo aliado de Aristide, René Préval, en medio de una situación de
creciente rechazo a las tropas extranjeras, escándalos políticos y
conspiraciones. El primer país independiente y sin esclavitud de la región en
el siglo XIX, entra al siglo XXI ocupado militarmente y sin soberanía.
En Puerto Rico, la
resistencia patriótica no cesará jamás hasta hoy. Su punto más refulgente lo
marcará Filiberto Ojeda, "General Responsable" del “Ejército Popular
Boricua”, conocido como “Los Macheteros” (inicialmente, Fuerzas Armadas para la Liberación Nacional
- FALN), organización político militar clandestina con base en Puerto Rico y
operaciones en los Estados Unidos. Encarcelado por acciones guerrilleras en los
Estados Unidos, a finales de los 1980. Liberado bajo palabra en 1990, volvió a
la clandestinidad, desde donde condujo la lucha hasta su asesinato, el año 2005
en Puerto Rico, en combate contra centenares de miembros de las fuerzas
ocupantes del FBI norteamericano.
Ojeda será también
uno de los últimos hitos en la armonización entre bolivarianismo y marxismo, al
realizar la crítica, superación y síntesis de las insuficiencias y errores de
Marx en sus escritos sobre América Latina, con los aportes de los amautas
puertorriqueños. Ramón Betances, que llamó a “hacer la guerra a la guerra bajo los sagrados postulados de Bolívar”,
creador del proyecto bolivariano de “Federación
Antillana” en 1868, y a quien Martí llamara "el corazón de su país con el que Cuba se hermana y se abraza”. Y Eugenio de Hostos, quien opuso al
concepto de “tarea civilizatoria”, atribuida en aquellos escritos de Marx a los
imperios euro norteamericanos, uno diferente, que ponía a la inversa los roles
históricos atribuidos por la matriz hegemónica. Señalando que en la batalla de
Ayacucho era el imperio europeo español representante de lo “bárbaro” y los
revolucionarios independentistas los “civilizadores” portadores del progreso.
Sobre su base el bolivariano y marxista comandante machetero escribirá: “Los puertorriqueños somos antillanos.
Somos caribeños. Somos latinoamericanos. Somos hijos de Nuestra América. Los
puertorriqueños compartimos con numerosas naciones del Caribe y de Sur América…
en lo que ha sido la formación y luchas de todos los pueblos de Nuestra América
y del mundo, comenzando por los insurgentes indígenas como Agüeybaná el Bravo,
Guaicaipuro, Caonabo, Hatuey, Túpac Amaru, y otros, tan numerosos que no es
posible detallar, y continuando con Simón Bolívar,
Antonio Valero, Antonio José de Sucre, Bernardo O’Higgins, José de San Martín, Miguel
Hidalgo, Francisco Morazán, José Martí,
Ramón Emeterio Betances, Gregorio Luperón, Juan Pablo Duarte, Augusto César
Sandino, Pedro Albizu Campos, Juan Antonio Corretjer, José Carlos Mariátegui,
Fidel Castro, Camilo Torres Restrepo y Hugo Rafael Chávez, para mencionar sólo
algunos, de quienes han sido, en su particular momento histórico, representantes
de una interminable cadena histórica de luchas generadas por los pueblos”.
Tras dos siglos de
agresiva y criminal expansión, de un verdadero “continentalicidio”, los 13
Estados originales de los Estados Unidos, han llegado a ser, en la actualidad,
50. Dos de ellos “extra metropolitanos”, uno en Hawai y otro en Alaska. Un
distrito federal. Varios Estados asociados y numerosas otras formas
eufemísticas de anexión o dominación directa en otros territorios, además, de
las agresiones e intervenciones militares en muchos más.
Siglo XXI
Golpes de estado en Honduras (2008) y Paraguay
(2012), e intentos de golpe de estado en Bolivia (2008), Ecuador (2010) y
Venezuela (2002 y 2015) marcan la contumaz injerencia anti democrática de los
Estados Unidos en América Latina, apenas en las primeras décadas del presente
siglo.
Actualmente, tras
la caída de las dictaduras militares y el “retorno” formal democrático a los
países de la región, durante la década de 1990, el sistema capitalista neoliberal
presenta una profunda crisis en todo el continente. Alternativas independientes
del poder fáctico norteamericano, con diversas formas y grados de nacionalismo
latinoamericanista, antimperialismo y revolución social, llegan al gobierno de
la mayoría de los países. El común denominador de éstos, son la constitución de
un Estado fuerte que frene a los poderes fácticos locales y foráneos. La
nacionalización y redistribución de las riquezas nacionales, para la inclusión
social de las mayorías. Y una profunda democratización institucional que supere
el carácter formal, corrupto y excluyente de las élites y sistemas políticos
tradicionales, entregando ciudadanía y participación protagónica a las mayorías
populares.
Las formas
tradicionales de dominación, tales como los mecanismos de la Organización de
Estados Americanos (OEA), en lo político, y el Fondo Monetario Internacional
(FMI), en lo económico, sufren severos cuestionamientos y tensiones.
Iniciativas destinadas a garantizar la hegemonía neoliberal del poder
estadounidense en la región, como el Área de Libre Comercio para las Americas
(ALCA) cayeron derrotadas, debiendo conformarse con Tratados de Libre Comercio
(TLC) de dudosa sustentabilidad política a futuro. Incluso, muchos de sus
factores militares son cuestionados, como ocurre con las bases militares
estadounidenses en “Vieques” Puerto Rico, desmantelada por el incontenible
repudio popular, y la de “Manta” en Ecuador, con 875 marines, y cuyo gobierno
ya desahució públicamente, al menos hasta el 2009, año en que vence su actual
contrato.
Lo mismo ocurre
con el creciente rechazo de la política “antidrogas”, que sirve de pretexto
para el uso masivo de contaminantes ilegales que causan grave daño a la
biodiversidad y las poblaciones de las zonas amazónicas y andinas. Política que
pretende, públicamente al menos, detener el cultivo de drogas nativas en la
región, las cuales se usan para elaborar las drogas que la población
norteamericana demanda, en un porcentaje de más de la mitad del mercado
mundial. Sin embargo, el hecho de que Afganistán, tras su ocupación por el
ejército norteamericano desde el año 2002, sea el actual país con mayor
producción y venta de opio y heroína en el mundo, pone dudas serias sobre la
veracidad de aquel objetivo declarado. Y hace ver que el auténtico es el
control de la propiedad sobre riquezas y recursos naturales estratégicos,
escasos, en decrecimiento y ascendente valor internacional, tales como
petróleo, biodiversidad y agua.
El continente es
el último gran reservorio natural con que cuenta la humanidad entera. Sólo la
región amazónica, la mitad del continente sudamericano, con 8 millones de
kilómetros cuadrados repartida en 8 países, contiene la mayor fuente de
biodiversidad del mundo. Con el río más caudaloso y largo del mundo, el
Amazonas, que cuenta con el 20% de toda el agua dulce del planeta. Cerca de la
mitad de todas las especies de la
Tierra, alrededor de 30 millones diferentes de ellas. La
mitad de los bosques tropicales del planeta. Más de 125.000 especies vegetales,
consideradas “imprescindibles” para la elaboración de medicamentos por la
comunidad científica. Centros de investigación y empresas japonesas y
norteamericanas “patentan” las propiedades de los derivados de muchas de ellas,
a un promedio de cuatro especies diarias en la actualidad, incluyendo, por
ejemplo, el bullado caso de una variación de la “quinua” boliviana. Es
creciente la tendencia de los gobiernos de la región a simplemente desconocer
estas arbitrarias “patentes” extranjeras sobre la riqueza legítimamente propia.
Por todo ello, sin
embargo, el poder fáctico estadounidense no cesa ni aminora en su
intervencionismo y agresión. Así lo muestra el siniestro golpe de estado contra
el gobierno bolivariano legítimo de Venezuela en 2002, desbaratado por la lucha
antigolpista de las mayorías y las Fuerzas Armadas patriotas. Y la actual
invasión multilateral de Haití, por tropas de varios países de la región,
avalando también el derrocamiento de un
gobierno legítimo. Ambas realizadas bajo la cobertura, o al menos la
impotencia, de Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos.
Una pieza clave de
la actualización de este andamiaje imperial, ha sido el control sutil, pero
totalitario, de los medios masivos de comunicación, uniformados de hecho, bajo
la propiedad y control de grandes intereses económicos, que coinciden y se
subordinan a su lógica e intereses, y que alcanzan en muchos casos el extremo
de la abierta conspiración ilegal. Entre otras líneas editoriales, estos medios
hacen escándalo de toda política militar de gobiernos regionales independientes
de Washington, como amenaza armamentista. Al tiempo que silencian o legitiman
como “natural” el armamentismo subordinado al poder norteamericano. Un eje
clave de este uso mediático como arma político militar, es el permanente y
totalitario cerco de desinformación y tergiversación contra los gobiernos
independientes de Estados Unidos, especialmente el de las actuales República
Bolivariana de Venezuela, Bolivia y Cuba. Incluyendo, incluso cualquier medida
de otros gobiernos que Washington considere “preocupante”.
Asimismo, nuevas
“doctrinas” surgen para justificar la hegemonía, tales como la de “combate a
las drogas” y el “combate al terrorismo”. Ambas fundidas en el combate al
“Narcoterrorismo”. Y, ante la caída del bloque comunista soviético, y la
debilidad de las doctrinas comunistas en las mayorías populares y los proyectos
revolucionarios de la región, precisamente, por la creciente hegemonía de
pensamientos revolucionarios propios, se habla del combate al “populismo
radical” o de las “amenazas de fundamentalismo étnico”. Esto es, de todo
proyecto de sociedad que ponga como eje el beneficio de las mayorías populares,
y la justicia y dignidad de los pueblos indígenas. Valores ajenos y amenazantes
para sus órdenes y doctrinas capitalistas neoliberales, y su dominación
imperial en la región.
El “Plan Colombia”
es la más acabada de las expresiones de esta actualizada intervención
norteamericana en la región. Establecido inicialmente en 1990 entre los
gobiernos de Estados Unidos y Colombia, buscaba reflotar la crítica situación
de este país latinoamericano, devorado por la violencia social y política. Sin
embargo, ha sido de hecho una plataforma para la intervención norteamericana a
favor de sus intereses en la región. Según cifras oficiales, el país tiene a 25
millones de habitantes en pobreza, 10 de ellos en miseria extrema, sobre un
total de 40. Con una quinta parte de los trabajadores desempleados y el 40% de
los empleados en la economía informal, excluidos de toda seguridad social.
Con un déficit de al menos 10.000
profesionales en salud y 7.000 educadores, pero que, paradojalmente, todos los
años reduce las plantas de maestros y se cierran, por falta de recursos,
hospitales. Sin embargo, el 80% de la primera parte de "ayuda"
norteamericana en el Plan Colombia, alrededor de 1.300 millones de dólares, se
destina a gasto exclusivamente militar. Maquinaria bélica, especialmente aérea
y 52.000 nuevos soldados profesionales que se sumarán a más de 150.000 ya
existentes, para un total cercano a 320.000 personas vinculadas a cuestiones
militares, de inteligencia y seguridad. Para colmo, el Plan ha sido denunciado
con vinculaciones al narcotráfico y grupos paramilitares de ultraderecha, a los
que dice combatir. Asimismo, utiliza intensivamente fumigaciones aéreas
indiscriminadas con químicos tóxicos atentatorios contra la vida humana y del
medio ambiente, que afectan no sólo a Colombia sino a Ecuador. No contento con
todo ello, y ante el evidente fracaso en contener la resistencia guerrillera
colombiana, su actual presidente, Álvaro Uribe, llegó al extremo de pedir
públicamente una “Fuerza de paz” del ejército norteamericano, similar a la de
Irak, en su país.
Forman parte del conjunto de este andamiaje represivo
las antiguas y vigentes tácticas ilegales, como la del uso de grupos
paramilitares, prohijados y cubiertos de impunidad por los aparatos estatales y
militares. Y también el magnicidio contra aquellos jefes de Estado díscolos o
contrarios a los intereses de los poderes fácticos extranjeros y locales. Como
en el arquetípico caso del “accidente aéreo” del presidente nacionalista
panameño Omar Torrijos en 1981. Procedimiento en el que los poderes fácticos
tienen tal experiencia que llegaron incluso, con éxito e impunidad hasta ahora,
a asesinar a su propio presidente, John Kennedy en 1963, por amenazar los
negocios del complejo militar industrial, intentando retirar las tropas del
país de la fracasada guerra en Viet Nam, y el recalcitrante racismo blanco,
entregando derechos civiles a los afroamericanos. Sólo cinco años después, con
igual éxito e impunidad, asesinan a su hermano Robert, candidato favorito, con
el mismo programa, a la presidencia. Los atentados asesinos, perpetrados por la CIA norteamericana contra
Fidel Castro en Cuba, numerosos a lo largo de décadas, son de dominio público.
La vigencia de esta táctica extrema y criminal se ha mostrado, no sólo en los
secuestros y posibles asesinatos no consumados de los presidentes venezolano,
Hugo Chávez en 2002, y haitiano,
Jean-Bertrand Aristide en 2004, sino en el sospechoso “accidente aéreo”
que costó la vida a Guadalupe Larriva, de la
Ministra de Defensa del gobierno legítimo y bolivariano del
presidente Rafael Correa en Ecuador. Cuyas numerosas anomalías e
inconsistencias, que impiden toda mínima investigación normal y seria,
recuerdan al también “accidente aéreo” del ex presidente de
Ecuador, Jaime Roldós, en el año 1981, quien recuperar para el país los
recursos naturales en manos de las corporaciones petroleras norteamericanas. En
un hecho que el investigador John Perkins en su libro “Memorias de un Gangster
Económico”,
publicado en 2005, en España, describió así: “la corporatocracia
estadounidense no le perdonaron el atrevimiento y lo asesinaron”. La
caja negra del avión jamás fue encontrada. Los campesinos que vieron estallar
la nave en el aire desaparecieron o fueron asesinados. Un segundo avión con los
oficiales que investigaban la tragedia estalló a su vez en el aire poco
después. Un tercer avión estalló nuevamente más tarde matando al oficial que
registró el avión de Roldós.
En marzo de 2004,
entregó un reporte al Congreso, el comandante del “Comando Sur de las Fuerzas
Armadas Estadounidenses (SOUTHCOM)”, el General James Hill. Según éste, el “peligro emergente central es el populismo
radical en el que el proceso democrático es saboteado para menguar, más que
para proteger, los derechos individuales… valiéndose de frustraciones
profundas, provocadas por el fracaso de las reformas democráticas para repartir
los esperados bienes y servicios. Al valerse de estas frustraciones, que surgen
paralelamente con frustraciones causadas por la iniquidad social y económica,
estos líderes son capaces de reforzar posiciones radicales al exaltar el sentimiento
anti-estadounidense”. Ante la supuesta amenaza, Hill propuso duplicar el
número permitido de efectivos militares estadounidense en Colombia de 400 a 800, al igual que
elevar el número de contratistas estadounidenses, es decir, mercenarios y
empresas bélicas, de 400 a
600. Asimismo, manifestó su molestia por los “obstáculos” legales de muchos
países para una intervención estadounidense mayor y más directa: “Las fronteras legales ya no son relevantes
dada la amenaza actual. Si a las fuerzas armadas se les prohíbe cooperar con la
policía o con agencias civiles de inteligencia, los países latinoamericanos
deben determinar si esas restricciones deben ser revisadas".
El “Comando Sur” a
cargo de este funcionario militar, es el órgano militar más importante del
poder fáctico norteamericano en la región. Su “área de responsabilidad”,
incluye “el Mar Caribe, el Golfo de México, y una porción del Océano
Atlántico”. 32 naciones. 19 en América Central y América del Sur. 13 en el
Caribe. Cuenta con 17 instalaciones de radar, principalmente en Colombia y
Perú. Cuenta con 33 bases militares de hecho, aunque eufemísticamente
disimuladas bajo otros nombres. 4 en Centroamérica. 5 en el Caribe. 5 en el
Cono Sur. 13 en la Amazonía.
6 en el Área Andina. Actualmente realiza gestiones para abrir nuevas bases de
hecho en El salvador, Argentina, Tierra del Fuego, y Brasil. En mayo de 2005,
firmó públicamente un tratado con el gobierno de Paraguay para una nueva base
militar en la provincia de Boquerón, en el Chaco Paraguayo, a 250 kilómetros de
Bolivia, próxima a las provincias argentinas de Formosa y Salta; y a la
estratégica región de la
Triple Frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina.
Allí se albergarán aviones B52, los más grandes de todo el ejército de Estados
Unidos, y hasta 16.000 efectivos. Todo en una zona que permite estratégicamente
controlar las reservas gasíferas y petrolíferas de Bolivia, ubicadas en los
departamentos de Santa Cruz de la
Sierra y Tarija. Precisamente, los bastiones de resistencia y
golpismo contra el actual gobierno legítimo del Presidente Evo Morales, que
busca justamente nacionalizar y redistribuir esas riquezas gasíferas. Estimadas
en 27 trillones de pies cúbicos que, al ritmo actual de explotación,
alcanzarían hasta el año 2024. Denuncias crecientes hablan de un Plan similar
al de la invasión multinacional de Haití preparado contra el legítimo gobierno
de Bolivia, que sólo espera las “condiciones políticas” regionales mínimas para
ser ejecutado.
Los efectivos militares estadounidenses hollando
el territorio de América Latina y el Caribe sobrepasan los 11.000 efectivos,
incluyendo alrededor de 500 “asesores” militares del ejército colombiano. El
Comando Sur administra este andamiaje militar creciente a través de 1500
cuadros y directores, y un presupuesto de alrededor de 800 millones de dólares.
Además, coordina con otros 400 “contratistas”, empresas privadas bélicas y de
mercenarios. Parte de sus misiones principales, consisten en multiplicar el
efecto de su influencia, “desnacionalizando” a las Fuerzas armadas de los
países de la región, para que respondan a las estrategias e intereses
norteamericanos. Ello se realiza a través de la “formación” en escuelas
norteamericanas, incluida la ahora rebautizada escuela de asesinos y
torturadores “de las Americas”. Sólo en el 2005, aumentando en 52% respecto del
año anterior, se entrenaron 12.855 militares latinoamericanos y caribeños en
dichas escuelas. También se hace a través de los “ejercicios conjuntos”, de
fuerzas terrestres, navales y aéreas, en los cuales las tropas norteamericanas
hacen práctica de jefatura sobre los ejércitos locales subordinados, al tiempo
que obtienen total conocimiento e información geoestratégica y militar de los
países de la región. “Unitas”, “Cabañas”, “Águilas”, “Cielos Centrales”,
“Vientos Alisios”, “Atlasur”, entre muchos otros. Se suma a ello, la
dependencia tecnológica, a través de la compra y mantenimiento de equipo
bélico. Y la cadena de satélites espías que monopoliza y con la cual cubre
permanentemente los territorios de los países de la región.
Finalmente, a través de las llamadas “ayudas para
desastres” y “programas de acción cívica”, las tropas y mandos estadounidenses
buscan confraternizar y legitimarse políticamente a través de ayudas sociales
mínimas a las poblaciones más cadenciadas o afectadas por desastres climáticos
o bélicos, al tiempo que aprenden nuevas tácticas médicas y de ingeniería en
los abruptos terrenos del continente. Entre otras, “Fuerzas Aliadas
Humanitarias” y “Nuevo Horizonte”. En 2003, los ejercicios incluyeron 31
proyectos de ingeniería y 70 desplegados médicos de tropas en la región. En el
Perú, bajo el gobierno de Alan garcía y en Colombia, bajo el de Álvaro Uribe,
se concentran la mayor cantidad de ellos. Ciertamente, el programa del “Comando
Sur” incluye la formación de las tropas en “Derechos Humanos”, de lo cual hace
público alarde. Sin embargo, la práctica histórica de las tropas
norteamericanas en la región, y la actual en Afganistán e Irak, hacen
extremadamente dudosa la credibilidad de esta consigna publicitaria. La pública
pretensión, hasta ahora fracasada, del gobierno de Estados Unidos de conseguir
de los gobiernos del mundo en general, y latinoamericanos en particular, la
“inmunidad total” de sus efectivos militares para responder por eventuales
crímenes, ante los tribunales internacionales de Derechos Humanos,
especialmente el “Tribunal Penal Internacional” y el “Pacto de San José de
Costa Rica”, en la región, es una incontestable prueba de sus verdaderas
intenciones en este ámbito.
Para no dejar ninguna duda ni alimentar ninguna
esperanza sobre las persistentes intenciones imperialistas de los Estados
Unidos, se realizó el golpe de estado militar en Honduras el 28 de junio de
2009, que derrocó al presidente constitucional, Manuel Zelaya. Bajo la vieja
fórmula de la brutalidad militar como supuesta salida a una crisis generada por
los propios sectores golpistas, la Corte Suprema de Justicia del país, dominada
por intereses reaccionarios e imperialistas, emitió una orden judicial contra
el propio Presiente que justificó el cuartelazo que suspendió las garantías
constitucionales y reprimió criminalmente la heroica resistencia del pueblo
hondureño. Aunque todos los organismos internacionales sin excepción condenaron
el golpe de estado, la imprescindible complicidad norteamericana ha permitido
mantener el régimen de facto, anti democrático, a pesar de la permanente
resistencia del pueblo hondureño, reprimida salvajemente hasta estos días. Al
supuesto presidente golpista, Roberto Micheletti, organizó unas impresentables
elecciones generales y entregó el mando a Porfirio Lobo, quien en su primer día
de mandato amnistió a todos los golpistas y retiró formalmente a Honduras del
ALBA, cuya pertenencia, así como la consulta referéndum al pueblo hondureño
sobre re elección presidencial, fueron los pretextos del golpe contra Zelaya.
Hasta hoy, la resistencia democrática del pueblo hondureño se sostiene contra
la criminal represión.
En 2008, en Bolivia, la embajada norteamericana y
otras agencias digitadas desde los Estados Unidos fraguan el intento de
secesión de ciertas regiones de Bolivia controladas electoralmente por la ultra
derecha. El separatismo es violentista y asesina a decenas de campesinos
partidarios del gobierno democrático electo del Presidente Evo Morales. La
movilización popular y la decidida acción de UNASUR frustran el golpe y
actualmente, en 2015, el gobierno del Presidente Morales ha logrado ganar el
electorado de esas regiones.
Al año siguiente, el 30 de septiembre de 2010,
bajo la misma fórmula, a partir de una crisis generada por una huelga policial,
sectores golpistas retuvieron secuestrado al Presidente constitucional Rafael
Correa en un hospital por cerca de 10 horas. Finalmente, ante la multitudinaria
resistencia del pueblo ecuatoriano, la actitud heroica del Presidente, quien
respondió a las ofertas de renuncia a cambio de su vida con un público “de aquí
salgo Presidente o salgo cadáver”, que trasmitió por teléfono a los medios de
comunicación, y la firme decisión de la Unión de Repúblicas Suramericanas
(UNASUR), cuyos presidentes de Bolivia y Argentina estaban por viajar a ecuador
a rescatar personalmente al Presidente Correa, fuerzas militares rescataron a
tiros al Presidente, a quien los policías golpistas no duraron en tirotear con
la clara intención de asesinarlo, como hicieron con ocho ciudadanos y militares
leales al gobierno asesinados durante la intentona, además de dejar 274
lesionados.
En 2012, re editando la estrategia usada contra
Chile en 1973, se digita un golpe de estado contra el Presidente Fernando Lugo
utilizando el parlamento para generar una crisis y derrocar la democracia.
En Venezuela el 2002, los Estados Unidos desatan
un plan golpista con el fin de ahogar en un baño de sangre las profundas
reformas de justicia social, soberanía e integración continental de la
Revolución Bolivariana y, sobre todo, apoderarse de la riqueza petrolera. La
movilización popular derrotó el intento.
Ahora, en 2015, re editando la vieja táctica de
Chile en 1973 y Paraguay en 2012 vuelven a utilizar a autoridades electas de
ultra derecha, comprometidas con el violentismo golpista para generar una
crisis que justifique el golpe y la represión sanguinaria por venir.
Para no dejar dudas de quién digita la agresión,
el presidente norteamericano Barack Obama, declara públicamente que Venezuela
sería una “amenaza” para el gigante militar del norte y que tomará medidas de
emergencia en su contra.
América Latina vive otra vez un nuevo Ayacucho.
Como en 1824, todos los latinoamericanos nos jugamos juntos la soberanía y el
derecho a la felicidad, ayer en contra del colonialismo español, hoy, en contra
del intervencionismo y la agresión imperialista y neo colonial.